
Después de 3 horitas en el coche, de las cuales pasé una durmiendo, llegamos a Valencia y dejamos a Aitor, para seguir unos minutos más en el coche hasta llegar a casa de Sandra en Paiporta.
Tras unos instantes de presentaciones (y ratillo de vergüenza por mi parte, claro...) empezamos a cenar y a disfrutar de unas visitas más o menos inesperadas en la casa.
Al día siguiente empezó la maravillosa dinámica de buena comida valenciana, siesta obligada después de esas delicias culinarias, y por la tarde/noche paseítos, quedadas, cervecitas, y alguna que otra fiesta.

De vez en cuando sienta muy bien un finde de estos en los que tienes la sensación de haber aprovechado bien el tiempo y de haber recargado pilas al mismo tiempo. Si además la climatología acompaña bastante y estás a 18 grados cuando en Madrid está cayendo la del pulpo, mejor que mejor... Hasta pronto!!
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¡Qué cabrito! Y nosotros aquí, mojándonos como pollos. Aysssss... qué mala es la envidia.